Cuando tenía 15 años, la madre de Javier le dijo que tenía que dejar su natal El Salvador

Organizaciones proinmigrantes y de salud mental en Los Ángeles se unen para ayudar a los menores no acompañado

Cuando tenía 15 años, la madre de Javier Sandoval (nombre ficticio) le dijo que era el momento de dejar su natal El Salvador y viajar a Estados Unidos. Le dijo que ya tenía la edad para portar un arma y ella se preocupaba de que en pocos días los mareros del barrio lo reclutaran para su pandilla.

Dejando atrás a su madre y hermanos, Sandoval se dirigió a pie y apiñado en vehículos junto a otros migrantes hasta la frontera de México-Estados Unidos.

Le tomó 15 días a Sandoval alcanzar el Río Grande.

“Para cruzar, junto con otras 10 personas nos tuvimos que subir a un bote que parecía que solo podía aguantar a una persona”, dijo Sandoval.

Una vez que tocó suelo estadounidense, le dijeron a Sandoval que fuera a la cima de una colina y esperara a que los agentes de la Patrulla Fronteriza lo encontraran y lo detuvieran.

“Recuerdo que la gente nos decía que los agentes iban a llegar y nos iban a llevar a un lugar bonito y que no íbamos a necesitar nada. Que íbamos a tener todo lo que necesitáramos”, dijo Sandoval.

El no estaba preparado para lo que encontró al ser detenido por la “Migra”.

Sandoval dijo que lo llevaron a un centro de detención en Texas ya sobrepoblado, donde estuvo por 10 días, sobrepasando las 72 horas que se supone los menores pueden estar detenidos antes de ser transferidos a la custodia de la Oficina de Reasentamiento de Refugiados de los Servicios Humanos y de Salud, que coloca a menores no acompañados en albergues mientras se localiza a familiares que los puedan tomar.

“Cuando llegué ahí, estaba tan lleno. Miraba alrededor y pensaba, ¿dónde voy a dormir? Había muchos muchachos parados, tomando turnos para acostarse y dormir”, dijo Sandoval. “Mientras me fichaban, los agentes decían ‘bienvenido, esta es tu nueva casa’. Y cuando me dijeron eso, me hizo sentir mal”.

Dice que no había baños privados y no se les permitía tomar duchas o salir al exterior.

“Queríamos ver al sol porque las luces estaban prendidas adentro todo el tiempo. Nos despertaban todo el tiempo, no nos dejaban dormir”, dijo Sandoval. “Quería llorar. Pensé, ‘¿Dios, por qué estoy aquí. Por qué me vine?”.

En 2014, Sandoval fue uno de casi 70,000 menores no acompañados que viajaron a Estados Unidos sin un padre o guardián para escapar de la violencia rampante en El Salvador, Guatemala y Honduras.

Esa región de Centroamérica, conocida por el “Triángulo Norte” enfrenta un legado de violencia, falta de oportunidades económicas e instituciones débiles luego de las guerras civiles que se vivieron ahí durante la década de los 80.

El auge migratorio ha traído 40,000 menores no acompañados adicionales a Estados Unidos cada año desde 2014, todos ellos niños que han enfrentado caminos plagados de violencia y peligros. Muchos han sido víctimas de abusos sexuales, robos, trabajos forzados y largos periodos de tiempo sin agua y comida.

Secuelas mentales

Para Sandoval, su encierro al nomás tocar suelo estadounidense fue apenas una de las muchas experiencias traumáticas en su camino y no fue hasta que se registró en la secundaria en el Distrito Escolar Unificado de Los Ángeles que lo refirieron a un especialista de salud mental en uno de los muchos Centros de Bienestar del Distrito.

Al igual que muchos menores no acompañados que han enfrentado estos problemas, Sandoval sufría de depresión y desorden de estrés postraumático. Las organizaciones de salud mental no estaban preparadas para el flujo de menores no acompañados, pero para asegurar que los 6,800 niños y jóvenes que llegaron al condado de Los Ángeles desde 2014 reciban el cuidado apropiado, organizaciones no lucrativas se unieron a proveedores médicos.

“Cuando empezamos a hablar con estos niños para sus casos, muchos de ellos estaban tan traumatizados que encontramos que necesitábamos integrar una evaluación psicológica antes de poder empezar a hablar con ellos sobre sus historias”, dijo Teresa Borden, vocera de la organización CARECEN, que provee asistencia legal gratuita a menores no acompañados.

CARECEN, junto con el Proyecto de Derechos de Inmigrantes Esperanza y Public Counsel, se unieron a proveedores de salud gratuitos como Amanecer Community Counseling y St. John’s Well Child and Family Center, para proveerles ayuda psicológica.

Muchos menores no acompañados califican para Estatus Especial de Inmigrante Juvenil (SIJS), que le da a los menores de 21 años acceso a una tarjeta de residente si pueden probar en la corte que no es de su mejor interés regresar a su país de origen.

Los terapistas de St. John’s evalúan a los menores no acompañados representados por CARECEN para documentar el historial de trauma del niño, investigar su país de origen y el abuso – tanto social y familiar – que hayan enfrentado para mostrar en la corte que regresar a su patria podría llevar a un suicidio o la debilitación de su estado mental.

“Ir a terapia es bueno porque les ayuda primero a contar su historia, lo cual nos ayuda a determinar cuál es su alegato de asilo, y también les ayuda en la difícil entrevista de 2 a 3 horas con un agente de asilo que les va a preguntar acerca de cada detalle del daño que han enfrentado”, dijo Arisa Raza, abogada con el departamento de menores no acompañados en CARECEN.

Los niños indocumentados siempre han sido elegibles a través del Departamento de Salud Mental del condado de Los Ángeles, pero en respuesta a la crisis de 2014, creó el Programa de Menores no Acompañados, dijo Rebeca Hurtado, supervisora de clínicas en esa dependencia.

En octubre de 2015, el Departamento destinó $1.7 millones de dólares a 13 agencias para proveer servicios de salud mental gratuitos a menores no acompañados hasta junio de 2017.

Más  de 100 menores no acompañados han recibido asistencia a través de ese programa desde octubre de 2015.

El LAUSD ofrece evaluaciones de salud física y mental a estudiantes inmigrantes y refugiados y refiere a estos alumnos a sus centros de bienestar y clínicas para servicios de salud mental.

“Sabemos que la salud mental está muy ligada a toda la salud mental del niño y puede afectar su educación porque pueden tener un comportamiento donde se distraigan o se salgan y no tomen la oportunidad total de su oferta académica”, dijo Pia Escudero, directora de Salud Mental Escolar para el LAUSD. “La intervención temprana es clave, tan pronto como vemos síntomas, conectamos a estudiantes con recursos“.

Sandoval estudia el grado 10 en sur Los Ángeles donde participa en sesiones de terapia de grupo e individual en el Centro de Bienestar que existe en su escuela.

“Antes de la terapia, me sentía solo, no tenía ningún amigo porque seguía pensando en mi familia. Me aislaba…pero ahora, he conocido a más gente y me ha ayudado mucho a ir a las reuniones y compartir con los demás”, dijo Sandoval.

“Vi cosas que nunca había visto, hice cosas que nunca había hecho…y aquí podemos discutir nuestros diferentes traumas, lo que se dice se queda ahí. Ha sido muy valioso para mi porque me ha ayudado a sobrellevar cosas que he vivido”, dijo Sandoval.

Se acostumbra a la vida en Estados Unidos

Sandoval tuvo que acostumbrarse a la vida en una nueva casa y escuela, pero el desafío más grande dijo es aprender inglés.

Sandoval vive con familiares, que no veía desde niño.

“No es lo mismo vivir con familia que conoces, que con gente con quien nunca has vivido. Es difícil”, expresó.

Algunos menores enfrentan problemas para ajustarse a vivir con familiares que conocen poco. En 2015, más de 30 menores no acompañados fueron puestos bajo la custodia del Departamento de Servicios para Niños y Familias (DCFS).

“A veces el patrocinador o familiar no anticipa que el niño tendrá problemas de salud mental o de comportamiento. En algunos de estos casos, los patrocinadores nos llaman y dicen que ya no quieren cuidar del niño”, dijo Cecilia Saco, supervisora de trabajadores sociales para niños en DCFS.

Se supone que la Oficina de Reasentamiento de Refugiados debe proveer servicios una vez se coloca a los niños con sus patrocinadores, asegurándose de que tengan un ambiente seguro, así como asistencia legal, médica, de salud mental y educativa.

Un reporte de la Oficina de Contaduría Gubernamental indica que un pequeño porcentaje de menores recibió estos servicios.

“A veces la evaluación del hogar por parte de la Oficina de Reasentamiento de Refugiados se hace tan rápido que no se dan cuenta de ciertas cosas. En algunos casos, estos niños no conocen a sus familiares o hay problems cuando los niños son reunificados con sus padres luego de un largo periodo de tiempo”, dijo Saco.

Para ayudar con esto, el programa Nuestra Promesa de St. John’s y Didi Hirsch ofrecen consejería familiar y grupos de apoyo a patrocinadores que tengan problemas con los niños.

“Tratamos de incluir a toda la familia en el tratamiento porque no es solo el niño. Generalmente afecta a las familias y al ambiente en el hogar”, dijo Óscar González, director del Programa Metro de Menores no Acompañados de Didi Hirsch.

Muchos no buscan ayuda

En mayo, más de 170,000 niños indocumentados se volvieron elegibles para Medi-Cal cuando entró en efecto la medida 75 del senado estatal. Aunque esto permite a niños indocumentados recibir servicios de salud mental, González cree que muchos no buscan ayuda.

“Hemos escuchado de gente que tiene temor de ser deportado o que si piden servicios públicos, esto afectará su caso migratorio y no puedan volverse elegible para la residencia”, dijo González.

El estigma sobre la salud mental entre los latinos también es un obstáculo. Pero el que los niños tengan acceso a servicios para poder establecer sus casos de asilo ha ayudado con eso. González dijo que muchos niños han seguido con la terapia aún después que sus casos se han resuelto.

“El problema es convencerlos que esto es algo bueno para ellos porque el estigma previene a muchos. Pero en el aspecto legal, lo presentamos como algo benéfico para su caso y eso abre la oportunidad para que ellos reciban terapia y sanación”, dijo Raza.

Un futuro brillante

Después de un periodo difícil de ajuste, Sandoval dijo que ahora le gusta ir a la escuela. “Tengo amigos aquí, se han vuelto como una familia”, dijo.

“Encontramos que estos niños y estas familias son tan fuertes. Pasan por tando en busca de un futuro mejor y a pesar de todas las cosas que pasan, siempre salen adelante”, dijo González. “A veces el proceso de terapia los llena con la esperanza de que las cosas se pondrán mejor”.

Sandoval dijo que extraña a su familia, pero habla a menudo con su madre por teléfono.

“Quiero estudiar duro y tener una carrera y algún día ser un periodista”, dijo Sandoval. “Eventualmente quiero regresar a El Salvador y ver a mi mamá”.

Este artículo fue publicado originalmente en KCET.org y fue producido como un proyecto para USCCenter for Health Journalism’s California Fellowship.