La terapia para veteranos de guerra que ahora es usada en inmigrantes que cruzan la frontera

Terapeutas latinos están usando el tratamiento EMDR (Eye Movement Desensitization and Reprocessing) para tratar a pacientes con secuelas psicológicas de su migración, muchos de ellos indocumentados o en proceso de aplicar a visas como la U (para víctimas de abuso mental, físico o sexual) o la T (para víctimas de tráfico).

SAN FRANCISCO, California.- Después de casi 22 años de vivir en Estados Unidos sin papeles, trabajando jornadas de hasta 12 horas en lugares minúsculos y oscuros, y padeciendo la indiferencia y el maltrato de aquellos que lo consideraban un objeto por no tener un número de seguridad social, Abad aprendió la mayor lección de su vida: “el trauma es una oportunidad de sanar y salir más grande de lo que eras, más fuerte, más confiado”.

Este hombre de 40 años nacido en el pueblo costero de Tecoanapa en Guerrero, México, atravesó a nado el Río Grande a los 19 años junto a sus dos hermanas de 9 y 11 años, como bien dice “por hambre” y por la necesidad de reencontrarse con su madre en Chicago, quien había emigrado a EEUU tras la muerte de su esposo. Para atravesar el tramo del paso entre Piedras Negras (Coahuila) y Eagle Pass (Texas), Abad metió sus tenis y pantalones —y también los de sus hermanas en una bolsa— y se lanzó al río mientras al lado familias jugaban a la pelota o comían paletas. “Es deshumanizante y traumatizante”, recuerda Abad. “Cuando vas a cruzar la frontera entras en una mentalidad casi como de objeto, ya no eres una persona. Estás preparado para perder un poquito de tu dignidad”.

Su fortaleza hoy es el resultado de años de trabajo terapeútico arraigados en su cultura, que le salvaron la vida en momentos en que los pensamientos suicidas lo abrumaban. “Me acuerdo que me metí a Google y busqué: maneras de suicidarte donde no te puedan culpar, de qué manera acabo conmigo pero que no me digan, ‘Ah, se suicidó’. Abad venía pasando noches sin dormir ni comer y refugiado en el alcohol, fruto de “traumas de la infancia que se me juntaron con ser indocumentado y con la separación de mi primera esposa que me obligó a alejarme de mi hijo”, dice este hombre alto, de tez morena, cabellera canosa y sonrisa casi permanente.

“Le mandé un mensaje a un amigo psicólogo diciéndole: estoy bien desesperado, siento que no voy a pasar de este fin de semana”. Los casi 800 km que el terapeuta manejó desde San Diego para verle, sumados a dos sesiones de EMDR (Eye Movement Desensitization and Reprocessing) fueron el antídoto para que sus sentimientos de desesperanza se transformaran en un camino a la sanación.

Enfrentando el monstruo

“La terapia EMDR permite bajar la intensidad de las emociones a través del movimiento de los ojos”, explica Michelle, una colombiana que es parte del creciente número de psicólogos latinos que utiliza esta terapia para tratar traumas en la comunidad indocumentada de Estados Unidos. “Es algo que hacemos todos cuando estamos durmiendo, lo que se conoce como REM, (Rapid Eye Movement) y nos permite ir al lado del cerebro donde guardamos los recuerdos, pensamientos o traumas que no queremos enfrentar”.

Esta terapia fue originalmente descubierta en 1987 por la psicóloga norteamericana Francine Shapiro, quien observando las hojas de los árboles en un parque se dio cuenta de que los movimientos oculares parecían disminuir la emoción negativa asociada con sus propios recuerdos angustiosos. Científicamente esto se conoce como estimulación bilateral, que se produce no sólo a través del movimiento de los ojos guiado por un escáner o una luz, sino también con sensores que envían pulsos a las manos para activar cada lado del cerebro o sonidos alternados en ambos oídos a través de audífonos.

“Hoy es la forma más reconocida para tratar el desorden de estrés postraumático en los veteranos de guerra”, añade Michelle, quien se casó con Abad a los pocos meses de conocerlo en una ceremonia indígena en Berkeley. Aunque Michelle no trata a Abad precisamente por su relación conyugal, sí ha sido fundamental en el camino de sanación que él ha recorrido con diferentes terapeutas.

“EMDR permite soltar la emoción como naturalmente lo hace el cerebro a diario. Cuando sufrimos un trauma es natural no querer acercarnos a cosas que nos duelen... Dar esta terapia es como agarrar a alguien de la mano y ayudarlo a enfrentar un monstruo del que ha estado huyendo toda su vida”.

En efecto, Abad huyó mucho de sus miedos. Con ayuda de un coyote que pagó su madre, los tres hermanos llegaron a su destino en tierra tejana, donde tuvo que enfrentar el miedo permanente a estar en lugares donde podía desaparecer sin que nadie lo supiera. “Todo esto no debe contar en mi experiencia, en mi récord como ser humano”, se decía a sí mismo Abad en sus noches de insomnio, mientras permanecía encerrado en una casa sin muebles con otros 60 migrantes.

Se encontró con su madre en Chicago tras siete años de no verla. Trabajaba en una fábrica de tornillos, en medio de químicos y polvos, uniformada y teniendo que pedir permiso a sus jefes para comer e ir al baño. “Si eres indocumentado te tratan pésimo. La oferta de mano de obra barata no termina, somos muchísimos. Se empiezan a perder los sueños”.

Aún así, Abad comenzó a estudiar inglés y se anotó en cuanta clase del colegio comunitario encontró. Con el tiempo se mudó a California y terminó su carrera de cinematografía en San Francisco State University. Pero los miedos no le abandonaron. Michelle cuenta que en ocasiones vio a Abad despertarse con pesadillas en medio de la noche.

El hijo de Abad, hoy de 13 años, también vivió mucho tiempo con esa angustia. Desde muy chico aprendió a estar alerta si veía un carro de policía cerca mientras su padre manejaba; sabía que tanto Abad como su madre a veces se cambiaban los nombres para poder encontrar trabajos, y también que había políticas migratorias que no le daban la bienvenida a su familia indocumentada. A veces le dibujaba documentos a Abad en un papel y le decía que se los llevara. Sabía tanto de leyes que un día le dijo que de grande se iba a casar con muchas mexicanas para arreglarles los papeles. Después del divorcio, es muy poco el tiempo que Abad puede compartir con él.

“El día que vuelva a ver a mi hijo me tiene que encontrar sano porque él va a llegar con un montón de cosas que va a tener que sanar y entender después de que sus padres se divorciaron. El trauma es generacional, cultural y a veces nos obliga a volver a nuestras raíces y ancestros para sanarlo”.

Licenciados latinos

Michelle se certificó en EMDR hace casi un año a través del Humanitarian Assistance Program (HAP), una agencia que busca aumentar la capacidad de tratar el trauma en comunidades de bajos recursos a través del entrenamiento de profesionales en todo el mundo. Gracias a su trabajo en la agencia Brighter Beginnings con familias indocumentadas, Michelle comenzó a emplear la técnica en casos de trauma sexual (mujeres abusadas por sus esposos o en la misma ruta migratoria), el trauma causado por el desarraigo de la tierra y la separación de familiasasí como por el racismo y la discriminación que enfrentan los inmigrantes una vez llegan a la tierra del prometido sueño americano.

“Aquí en el área de la Bahía hemos entrenado a terapeutas latinos en la Clínica de la Raza, el Instituto Familiar de la Raza, el Multilingual Counseling, Familias Unidas en Richmond, y hasta un equipo de personas en Kaiser que habla español”, explicó la psicóloga Priscilla Marquis, entrenadora del HAP quien ha dado numerosos talleres para psicólogos latinos no solo en EEUU sino en América Latina. En Fresno, en el valle central de California, es donde más profesionales hispanos reciben entrenamiento en esta técnica en el estado, aunque HAP no es la única fuente: también existe el EMDR International Association y el EMDR Institute, formado por la Dra. Shapiro, quien como mencionamos, desarrolló la terapia.

Marquis es coautora junto a Steven Marcus y Caroline Sakai de un estudio realizado en 1997 con Kaiser Permanente, que encontró que los resultados de una terapia de EMDR eran superiores a la terapia individual tradicional, el uso de medicación o la terapia de grupo. Un seguimiento de entre 3 y 6 meses a 67 individuos con desorden de estrés postraumático tratados con EMDR, encontró que un número relativamente pequeño de sesiones da lugar a beneficios sustanciales que se mantienen con el tiempo.

El entrenamiento lo pueden tomar licenciados en salud mental, trabajadores sociales, terapeutas, psicólogos o psiquiatras, y dura 2 jornadas de 3 días cada una. Al término de estas los profesionales deben completar 20 horas de consulta, que son grabadas en video y aprobadas por un licenciado en EMDR, y un total mínimo de 50 sesiones clínicas, siendo este el último paso para ser certificados. Estos procesos pueden tardar hasta un año pues no todos los traumas son susceptibles de tratar con EMDR, bien sea porque son muy profundos y hay que preparar al paciente, o porque la persona no está lista para enfrentar de manera tan vívida sus memorias.

En el caso de los terapeutas latinos, la mayoría de servicios son prestados pro bono a través de ONG's o de agencias del estado que con frecuencia tienen largas listas de espera. “Es una terapia costosa que puede oscilar entre 70 dólares y 200 dólares en práctica privada y que en el caso de la población indocumentada también necesita que el terapeuta tenga una especialización con el trauma migratorio, por ejemplo”, agrega Marquis. “Aunque en California el estatus migratorio de las personas no las invalida para recibir servicios de salud mental gratuitos, es cierto que siempre vamos a necesitar más personas bilingües que tengan una empatía y conexión cultural con sus pacientes”.

En español: el idioma de las emociones

Jesús Solorio, 44 años, entiende muy bien de qué se trata esta empatía. Nacido en Los Ángeles, sus padres y 5 hermanas mayores emigraron de Michoacán y al crecer pudo ver las conexiones de las dificultades de ser inmigrante y cómo estos estresores pueden causar trauma en varias generaciones.

“Si en los sistemas educativos no incluimos temas como la diversidad de las comunidades que atendemos, muchos psicólogos pueden no entender por qué alguien teme recibir el servicio, por qué no quiere dar su nombre o por qué le puede resultar confuso un diagnóstico como depresión, cuando apenas puede reconocer la tristeza” dice Solorio, licenciado en Terapia de pareja y de familia, quien ofrece servicios de EMDR como parte de sus horas de práctica para certificarse, a través de la agencia La Familia Counseling Service en Hayward.

La Familia recibe fondos del condado de Alameda para atender personas que hablan español y están cubiertas por Medical o no tienen seguro de salud alguno. “ La mitad de la población que llega a los servicios míos es indocumentada o está en proceso quizás de aplicar a visas como la U (para víctimas de crímenes que han sufrido abuso mental, físico o sexual) o la T (para víctimas de tráfico). Tengo varios clientes que cruzando la frontera han sido secuestradas y forzadas a trabajar en la prostitución. Así como hay jóvenes que vienen escapando de los carteles de la droga en Centroamérica, muchos son asaltados una vez que llegan a EEUU”, cuenta Solorio para quien nunca habrá suficientes terapeutas latinos frente a la necesidad de comunicar las emociones en el idioma de origen.

El programa de la Familia está diseñado para ofrecer terapia hasta por 6 meses, al cabo de los cuales los inmigrantes sin seguro terminan refugiándose en servicios comunitarios que cada vez apelan más a las prácticas culturales y ancestrales. Solorio, al igual que Michelle y varios terapeutas que trabajan con la comunidad latina, suelen recomendar métodos complementarios que conectan a estos inmigrantes con su espiritualidad, reconociendo que fue con ese tipo de sabiduría con la que se criaron en sus países.

“Los latinos estamos conectados con el cuerpo de manera diferente a otras comunidades, nos quejamos si nos molesta algo en el pecho o el estómago pero quizás son síntomas de depresión o ansiedad”, dice Solorio. “A muchos pacientes los remito a grupos de yoga o danza o incluso uso tambores en mis terapias. El tambor tiene cualidades similares al EMDR porque cuando lo estamos tocando utilizamos los dos lados del cuerpo y eso genera un movimiento bilateral que es similar en la forma de procesar el trauma”, dice Solorio, quien reconoce que no es una terapia oficial pero que suma a la sanación.

Aunque se reconoce que los curanderos tradicionales pueden ser aliados valiosos para promover la buena salud entre los latinos, entre la comunidad médica también existe la advertencia de que sus curas pueden ser ineficaces, fraudulentas o peligrosas y podrían disuadir a la gente de buscar la atención médica necesaria, sobre todo en caso de patologías graves. “Dentro de la escasa gama de ofertas profesionales para tratar la salud mental de los indocumentados, uno de los actores que tienen más posibilidad de tener una relación de tú a tú con el migrante son las promotoras de salud porque están allí en la comunidad”, dijo Xóchitl Castañeda, directora de la iniciativa de salud de las Américas en la escuela de Salud Pública de la Universidad de California en Berkeley, que ofrece una Maestría en salud mental y migración.

“Ellas están entrenadas para detectar cuadros de salud mental y poner una curita a esa hemorragia, sobre todo si no son problemas agudos. La gente a veces necesita solo hablar. Pero no queremos destapar una caja de pandora de manera irresponsable, siempre les decimos que ante ciertos indicadores, los refieran a una clínica donde van a poder ser canalizados a especialistas”, añade la experta.

'Undocuhealing' y el camino a una cura comunitaria

Reyna Maldonado es una dreamer de 24 años que nació en la costa de Guerrero. Cruzó la frontera cuando tenía 6 con un tío, dejando atrás a sus abuelos, su rancho y su cosecha. Aquí se reencontró con su madre que trabajaba prolongadas jornadas laborales mientras ella pasaba sus horas fuera de la escuela, encerrada en un cuarto chico. Sola.

“Ya de grande pude entender cómo los problemas que emocionalmente me afectaron se manifestaron físicamente y a los 17 años conocí a unas curanderas que vinieron de México y me empezaron a hacer varios tratamientos. Ahí me dije: ok, no tenemos acceso a terapia pero tenemos acceso a nuestras tradiciones indígenas”, cuenta Reyna desde Oakland, sede del Mill College, donde cursa un pregrado en estudios étnicos. Esta mujer morena de ojos vivarachos, quien lleva 7 años en su proceso de sanación, se las ha ingeniado para pagar su semestre a través de campañas de crowdsourcing y becas.

Junto a su colega José Arreola, lanzó el proyecto Undocuhealing: un espacio de sanación para indocumentados creado bajo el modelo de Clínica de Sanación Colectiva del Área de la Bahía, en el que activistas por los derechos de inmigrantes, curanderos tradicionales y profesionales de salud mental ofrecen días de curación comunitaria. El primero tuvo lugar a pocas semanas de la elección de Donald Trump pues hubo “una gran cantidad de miedo, ansiedad y enojo en muchas comunidades de todo el país. A Oakland trajimos a una curandera y a un abuelo, quienes dieron talleres de cómo cuidarse en estos momentos difíciles”, contó Reyna.

Una limpia, según lo explica Alejandra Olguín quien tiene una maestría en estudios étnicos y participó como sanadora en el evento, es “un tratamiento energético que permite la sanación de emociones a través de yerbas, flores o plantas que se pasan por el cuerpo. Está muy arraigado en las culturas mexicanas y centroamericanas”.

Olguín cuenta que en las clínicas colectivas ha visto cómo muchos indocumentados que han estado aquí y no han regresado a sus pueblos en muchos años, “con el simple hecho de oler plantas como el romero se conectan con su tierra. Una vez una mujer de Oaxaca me dijo que oliendo las plantas ella recordó que su abuela de niña la llevaba al río para tirar flores blancas y dejar allí su tristeza”.

El plan a futuro de Undocuhealing es construir una base de datos de servicios por estado para la población indocumentada de manera que “podamos conectarlos con los sanadores locales a través de servicios gratis o a muy bajo costo. Para eso es que estamos buscando fondos”, cuenta Reyna.

Ella se hace con frecuencia una terapia somática con una latina que le ofrece sesiones particulares en un pequeño cuarto en el Edificio de las Mujeres en San Francisco. “Ella fue muy importante para mí porque al ser latina es alguien con quien yo me puedo identificar. Tuve una experiencia con un terapeuta anglosajón que me dijo que yo me ponía límites para no encontrar un mejor trabajo, sin entender las limitaciones de ser indocumentado”.

Según el Instituto de Estudios Integrales en California, uno de los tres institutos que en Estados Unidos ofrece una formación académica acreditada en Psicología Somática, esta es una práctica que combina la terapia tradicional con una serie de ejercicios físicos que hacen énfasis en “el papel crucial del cuerpo en la estructura y el proceso de la psique”. La terapia permite explorar cómo actos como la respiración, los movimientos del cuerpo, posturas, gestos y otras expresiones forman la identidad de un ser humano y su relación sociocultural.

A través de ella, Reyna aprendió a aceptar que su estatus migratorio no es su culpa y que hay una gran responsabilidad en el sistema que hace a la gente huir de sus países. “Yo merezco estar aquí. Tengo todo el derecho de existir aunque no tenga papeles”. También hoy reconoce que el miedo y la inseguridad provocados por el desarraigo y el apego al pasado son reacciones naturales que le han permitido sobrevivir y seguir adelante.

Esta dreamer vive hoy en una casa en la Misión de San Francisco con su extensa familia (11 personas en total: sus padres, dos hermanas menores, su pareja, primos y tíos), de los cuales solo tres tienen documentos. Su madre vende tamales en la calle y su padre no tiene número de seguridad social por lo que ya ha perdido su trabajo dos veces. Aunque a veces temen las redadas que pueda hacer ICE, Reyna les ha enseñado sus derechos, “qué hacer y qué no decir y a qué personas mantener en nuestro círculo de confianza. Undocuhealing quiere ser también eso: un espacio donde se habla de lo que nos afecta y donde todos nos cuidamos unos a otros. En estos tiempos tan caóticos, lo que más necesitamos es comunidad”.

El café de la esperanza

Abad y Michelle están creando un espacio para darle servicios de sanación a la comunidad inmigrante. Mientras acomoda los muebles en un modesto pero colorido espacio en Fruitvale al que han llamado café santuario Comunidad Kalli, Abad cuenta que quieren hacer círculos de sanación, de tambores, pláticas, entre otros.

“ Ser indocumentado trae más problemas de lo que uno piensa y hay un montón de cosas que uno nunca habla. La comunidad en Fruitvale es en su mayoría indocumentada y la idea es utilizar el café para conseguir fondos que nos permitan que Michelle pueda proveer terapias de EMDR gratuitas. Un pueblo con baja autoestima es un pueblo que es muy fácil de explotar”.

Michelle lo secunda: “Muchos indocumentados han recibido amenazas sobre su vida. Si hay trauma, si hay depresión, si ellos están luchando con su salud mental, no hay resistencia”. En un par de semanas, Abad se sentará en este espacio con otros indocumentados. Les escuchará hablar sobre los traumas que han pasado por migrar a este país. Y les dirá que hay esperanza. Que siempre hay esperanza.

*Si usted es indocumentado y necesita servicios de salud mental gratuitos o a bajo costo, puede buscar en el Behavioral Health System del condado en el que vive, las instituciones que atienden a población de bajos recursos.

*Este artículo fue producido como parte de un proyecto de la Beca Nacional del USC Center for Health Journalism.