Permanecer cerca: Trabajadores agrícolas de Salinas forman hogares en medio de la crisis de vivienda de California

Cuando los tres pequeños hermanos de Resi Salvador entran por la puerta, van directo hacia ella, quien se encuentra sentada en una silla plegable junto a la mesa de la cocina de sus padres. Se acurrucan en sus brazos.

Resi ríe. Está en casa.

A solo unos pies de distancia, en la sala, hay una litera, donde Resi duerme cuando está en casa. En total, nueve personas viven en el departamento de dos dormitorios de la familia Salvador en Salinas.

En Salinas, la sobrepoblación y las condiciones de vida insalubres son comunes debido a una falta de vivienda asequible, y con frecuencia decenas de miles de trabajadores agrícolas del área vivan hacinados en garajes y salas. Familias enteras llegan a vivir en un solo dormitorio. 

Sin embargo, personas como Resi se las arreglan para crear un hogar.

Desde que nació, Resi se ha mudado por toda la costa de California, siguiendo los trabajos de temporada de su padre como trabajador agrícola. Cuando menciona todos los lugares donde ella y Melitón han vivido, le toma casi diez minutos, con consideraciones como: “vivimos ahí durante tres meses”, o “estuvimos allá durante seis semanas”. 

Vivieron en habitaciones desocupadas, garajes, e incluso en un hotel durante unas cuantas semanas después de que su vivienda se inundara. No obstante, algunos de sus recuerdos favoritos son de esa época.

Finalmente, la familia se estableció en Salinas, en medio de la crisis de vivienda. 

Lleno a reventar

La vivienda es algo muy preciado en Salinas.

Es una ciudad con un área de 23.6 millas cuadradas y está llena hasta el tope. Un cálculo aproximado realizado por el Censo de los Estados Unidos indica que viven en ella 156,000; pero las estimaciones no oficiales de defensores de la vivienda y de los trabajadores agrícolas calculan una cifra de alrededor de 180,000. La diferencia entre estas cifras es evidencia de que hay una cantidad de personas (equivalente a la población de una ciudad pequeña) viviendo en los márgenes y evitando darse a notar.

Salinas, la “ensaladera del mundo”, exportó cerca de 400 millones de libras de frutas y verduras en 2018 y es hogar de una industria agrícola de $8,500 millones. De acuerdo con el Estudio sobre Trabajadores Agrícolas de los Valles de Salinas y Pajaro 2018, más de 90,000 trabajadores agrícolas viven en la región, ganando un promedio de $17,500 al año, de acuerdo con el Departamento del Trabajo de los Estados Unidos.

No obstante, Salinas es uno de los lugares más costosos para vivir en los Estados Unidos, de acuerdo con el estudio de Estado de la Vivienda de la Nación 2016 de Harvard. 

El condado también presenta una de las tasas más altas de inseguridad alimentaria en el estado. Un informe de 2016 realizado por el Departamento de Salud del Condado de Monterey indicó que el porcentaje de personas en situación de inseguridad alimentaria es de 34 %.

De acuerdo con un estudio de la UCLA, el Condado de Monterey también tiene la segunda mayor población de estudiantes sin hogar en el estado, muchos de los cuales provienen de familias que simplemente no pueden pagar la renta por sí mismas. Más del 8 % de los estudiantes viven hacinados en viviendas saturadas para poder hacer que el dinero alcance, lo que los califica como sin hogar, de acuerdo con la Ley McKinney-Vento.

Resi era una de esas estudiantes. 

Nunca ha tenido mucha privacidad; entre bromas nos dice que sabe exactamente cuándo fueron concebidos sus hermanos.

Durante años, Resi durmió en el piso de cualquier habitación que su padre rentara, acurrucada sobre una cobija, con su mantita para bebé bajo su mejilla sirviéndole de almohada, y otra más cubriéndole el cuerpo.

“He estado durmiendo con esa mantita”, dijo Resi. “Me siento segura con ella. En casa. La he tenido por 19 años, así que claro, con esa mantita, me siento completa. Todo mi espacio está completo”. 

Cuando cumplió 14 años, sus padres le compraron su propio colchón, el cual se encuentra ya sobre una sólida litera en una esquina de la sala.

“Fue una sensación de oh, al fin”, expresó Resi. “Ya no tendré que dormir en el suelo”.

No hay sillones, ni televisión, ni sillas cómodas para sentarse, solo la litera y un gabinete, donde su madrastra Constanza, a quien Resi llama madre, guarda los alimentos que reciben a granel de los bancos de alimentos.  

Los padres de Resi rentan la sala y un dormitorio de un departamento de dos dormitorios junto a los terrenos del California Rodeo Salinas a una pareja que tiene una hija discapacitada, quien duerme en el otro dormitorio.

Jesús y Hugo Daniel, los dos hermanos menores de Resi, duermen en el dormitorio con sus padres. 

Cuando Resi regresa a casa después de la universidad por la noche, comparte la litera de la sala con Aldo. Aunque no hay mucha privacidad, dijo, a él le encanta cuando ella pasa la noche en casa.

Para ella, expresó, su hogar es esa litera, su mantita para bebé y sus hermanos.

El Alisal

Cuando Resi sale del hogar de sus padres para tomar el autobús que la llevará de regreso a su dormitorio en Seaside, se baja en Laurel Drive, un camino que cruza el centro del Alisal, el lado este de Salinas.

Muchos trabajadores agrícolas viven en el Alisal, un terreno de menos de tres millas cuadradas que se anexó a Salinas en 1963. 

Los Okies, el pueblo desesperado y desamparado que emigró a Salinas durante la sequía en la década de 1930, conocida como el Dust Bowl (cuenca de polvo), fueron los pobladores originales del Alisal. Con el tiempo, los migrantes que aparecen en Las uvas de la ira de Steinbeck dieron paso a sucesivas olas de trabajadores agrícolas, y el Alisal se convirtió en un vibrante enclave de cultura mexicana-estadounidense.

El aroma familiar del suavizante de telas Suavitel sale de las lavanderías en cálidos soplos de aire húmedo; hombres vendiendo elotes recorren las calles en bicicleta; el sonido de la música de banda y cumbia se escucha en hogares y bares durante la noche; un calendario maya observa a la gente mientras cruzan debajo del paso elevado en East Alisal Street.

El Alisal es una isla en sí misma. Quienes crecen aquí, con frecuencia se reúsan a irse; es su hogar, no importa qué tan sobrepoblado o costoso sea. Mencionan la comodidad, el amor por la comunidad y el clima como las cosas que les recuerdan al estado mexicano de Michoacán: templado y soleado casi todo el año. 

Hasta finales de la década de 1980, cuando la ciudad empezó a trabajar en la extensión de Boronda Road, solo había dos caminos para entrar y salir del Alisal, repletos de coches cada mañana y noche, conforme los trabajadores agrícolas iban y venían.

Políticos y organizaciones de vivienda han tratado en repetidas ocasiones de resolver la creciente crisis de vivienda con viviendas insertadas (o de relleno) y de alta densidad en las zonas este y norte de Salinas. Entre 1970 y 2000, se desarrollaron muchos proyectos de alta densidad en el Alisal.

Pretendían ayudar a las personas, brindando vivienda segura y asequible a las comunidades marginadas. Pero eso no fue exactamente lo que pasó.

Los residentes aseguran que la sobrepoblación y el subarrendamiento causaron hacinamiento, creando burbujas de crimen y un caldo de cultivo para la violencia de pandillas.

Simón Salinas, el primer concejal de origen latino de la ciudad, fue electo en 1989. Hijo de un bracero, el Sr. Salinas creció como trabajador agrícola itinerante, viviendo apretado en una vivienda de dos dormitorios con 9 o 10 personas más.

Como concejal, impulsó nuevos proyectos de vivienda de alta densidad, semejantes a otros complejos preexistentes como Acosta Plaza, alguna vez conocido como Feldman Flats. 

No obstante, muy pronto vio como surgían problemas.

“En proyectos que estaban bien diseñados, muy pronto se empezó a explotar el concepto y a meter a más personas de las que deberían”, dijo el Sr. Salinas. “Y empezaron a deteriorarse”.

Acosta Plaza es un conjunto de 304 unidades organizadas como condominio y casas adosadas que fueron construidas en la década de 1970. Rodea los lados oeste y norte de la Jesse G. Sanchez Elementary School; los edificios cuentan con jardines podados, muchos árboles, y el lago Carr, al norte, proporciona algo de tranquilidad y brisa. Aun así, está abarrotado; es un desarrollo de alta densidad con poco lugar de estacionamiento y no cuenta con un centro comunitario.

Las unidades estaban destinadas a ser ocupadas por sus propietarios, pero pasaron las décadas y la mayoría de ellas se convirtieron en unidades de renta con arrendadores ausentes.

A principios de la década de 1990, la administración del presidente Clinton derribó proyectos de vivienda de alta densidad similares por considerarlos un peligro para sus propios ocupantes, tras décadas de violencia.

Para ese entonces, Acosta Plaza desarrolló un importante problema de violencia de pandillas juveniles, recibiendo el sobrenombre de "Felony Flats" (viviendas del crimen).

“Las pandillas florecieron en ese lugar”, dijo Simón Salinas.

“Lo que descubrimos conforme empezamos a trabajar con clientes que fueron afectados por las pandillas o que se involucraron con ellas, fue que muchos de ellos no tenían hogar o no tenían segura su vivienda”, dijo el director de la división de seguridad comunitaria de Salinas, José Arreola.

“Generalmente tenían un lugar donde dormir, pero normalmente era en la sala de un grupo de familias con las que se quedaban. Con frecuencia, para poder estar seguros en el vecindario, se unían a una pandilla”, dijo.

En la última década, los residentes han trabajado para cambiar su reputación, y el crimen ha disminuido. Aunque se siguen construyendo nuevos proyectos de alta densidad, Simón Salinas dijo que con diseños más conscientes se ha marcado una diferencia.

Mencionó un proyecto creado por CHISPA, desarrollador de vivienda sin fines de lucro del Condado de Monterey, cerca de La Paz Middle School, como un excelente ejemplo de un diseño cuidadoso. Incorporó programas extraescolares, un centro comunitario y un diseño que coloca la cocina en un área que da hacia un espacio comunal abierto, de modo que los padres puedan ver a sus hijos mientras juegan. Además, la organización sin fines de lucro ha mantenido sus lazos con la comunidad y el mantenimiento se realiza de manera oportuna.

El ayuntamiento de la ciudad también acaba de aprobar el West Area Specific Plan, el cual compromete a la ciudad a agregar cerca de 4,400 viviendas en el lado norte, a solo unas millas de la familia de Resi.

Y el más nuevo bloque de departamentos de alta densidad, Moon Gate Plaza en Chinatown, planea abrir sus puertas en 2020. Los 88 departamentos serán subsidiados, pero alrededor de la mitad serán asignados a personas que ya están en una lista de espera. De acuerdo con MidPen Housing, desarrollador sin fines de lucro, 800 personas entraron al sorteo de los departamentos restantes.

Años de construcción

El crecimiento de Silicon Valley ha exacerbado la crisis de vivienda en Salinas, y los elevados precios hacen que los trabajadores se muden a la periferia. Antiguos poblados agrícolas en su mayoría se han convertido ahora en comunidades dormitorio para San José, y ahora los trabajadores van saliendo lentamente cada año. 

Rodeada por todos lados por lucrativos terrenos agrícolas, Salinas no puede crecer ya hacia afuera en la mayoría de sus áreas. Además, tampoco puede crecer hacia arriba, ya que las estructuras de vigas de metal necesarias para construir sobre cuatro pisos son demasiado costosas, dijo Megan Hunter, directora de desarrollo comunitario de la ciudad. 

A los defensores y los trabajadores municipales les preocupa que Salinas quede atrapada en una situación condicional (“si..., entonces…)”. Si hay más funcionarios y más margen de maniobra para el cumplimiento del código, entonces habrá más personas desplazadas. Si la ciudad construye nuevas viviendas, entonces existe el riesgo de tener los mismos problemas de proyectos anteriores.

La vivienda es tan escasa que, con frecuencia, los trabajadores de temporada con visas de corto plazo no tienen un lugar a donde ir. En años recientes, las compañías agrícolas han optado por llenar los moteles de la ciudad y por construir sus propias viviendas para los trabajadores agrícolas.

El cumplimiento del código tiene el objetivo de ser una red de seguridad entre los arrendadores y los inquilinos indocumentados, quienes podrían no informar violaciones del código a su arrendador por miedo a que los deporten”, dijo el Sr. Salinas. 

“Desearía que pudiéramos hacer eso”, dijo la Sra. Hunter. El gobierno municipal simplemente no tiene tanto personal, dijo.

“Considero que lo que se puede hacer es construir viviendas asequibles”, dijo la Sra. Hunter. “Ese es el problema. La gente se ve forzada a vivir en estas condiciones no porque quieran hacerlo, sino porque no pueden costear el vivir en mejores condiciones”. 

Eso no es suficiente, dijo Carissa Purnell, directora ejecutiva del Centro de Recursos Familiares de Alisal (Alisal Family Resource Center), una organización que trabaja con niños y familias marginadas del Distrito Escolar Unificado de Alisal, muchas de las cuales trabajan en la agricultura. 

“Sin algún tipo de cumplimiento, lentamente estás matando a la gente”, dijo la Sra. Purnell.

Cuando la Sra. Purnell realiza visitas a las viviendas, ve familias duplicarse y triplicarse en lugares que no cuentan con servicios públicos o agua corriente. 

“Ese es absolutamente un problema de cumplimiento del código”, dijo la Sra. Purnell. “Pero también reconocemos que es un resultado de la pobreza. ¿Cómo puede uno resolver el problema de los salarios injustos con multas?

“Pienso que olvidamos que ninguno de los problemas está aislado”, dijo la Sra. Purnell. “La vivienda, la inmigración, todo se relaciona. Es difícil atender la causa principal de algo cuando se trata de esta insensata y profunda red de traumas generacionales e históricos que acaba por transformarse en esta horrible situación”.

A pesar de que casi la mitad de las llamadas para reportar deterioros y violaciones al código de vivienda que atendió la oficina de la Sra. Hunter en 2019 provinieron del Alisal, la Sra. Hunter dice que son muchas menos de las que deberían llegar. Está segura de que la gente simplemente no está reportando los problemas.

“(Aquí) las familias se sienten sin esperanza, sienten que no existe otra opción”, dijo la Sra. Purnell. “¿Pero a quién van a llamar cuando sienten que no tienen derechos?”

“Color de rosa”

Eufemia ‘Jenni’ Aguilar vive unas cuantas cuadras al norte de la intersección de East Laurel Drive y North Sanborn Road, justo en medio del Alisal. Jenni ha vivido en su departamento de dos dormitorios durante casi 10 años.

Trabaja como peladora de ajos en Christopher Ranch y la mayoría de los días se levanta a la 1 a. m. para viajar de aventón al norte, a Gilroy, a veces quedándose dormida en el trayecto. Tiene cuidado de no despertar a su nieto de 5 años, Kender, con quien comparte su cama. 

Desde que se mudó hasta la fecha, la estufa ha dejado de funcionar bien, la pintura es vieja, y el linóleo del baño se ha despegado parcialmente. La única vez que recuerda que se hicieron reparaciones fue cuando el techo de su baño se cayó hace algunos años: el baño del departamento de arriba tenía una pequeña fuga que, un día, ya no fue tan pequeña. El arrendador remplazó el techo, pero Jenni dice que el moho ha comenzado a crecer nuevamente en los últimos años.

No obstante, es su hogar. Es donde Kender trata de leer libros que están más allá de su nivel de lectura de jardín de infantes, es donde juega afuera con niños del vecindario mientras el sol desaparece en el horizonte, con una máscara de Spiderman en el rostro y un sable de luz de plástico en la mano. Es el lugar donde hace tamales y tortillas a mano, donde ella y Kender leen juntos antes de dormir.

Para conseguir para la renta y ahorrar un poco de dinero, Jenni alquiló su segundo dormitorio a un joven por $500. Otra joven, Inés, paga $200 al mes para dormir en el sillón de la Sra. Aguilar. La Sra. Aguilar cubre el resto. Juntos, los tres pagan la renta mensual de $1,150.

En noviembre, los arrendadores le entregaron a ella y a todos los demás inquilinos de los pequeños departamentos una notificación de rescisión de contrato con un plazo de 60 días. Les dijeron que debían irse antes del 1 de enero.

Cal Property Management, quien administra el complejo de departamentos donde vive Jenni, afirmó que al edificio le urgían reparaciones y que no sería habitable para los inquilinos mientras se completaban las renovaciones, como mejoras eléctricas y trabajo de plomería. 

Grupos de derechos de los inquilinos de California y Salinas reportaron que los desalojos aumentaron en los últimos meses de 2019 después de que el gobernador Gavin Newsom promulgara la Ley de Protección del Inquilino de 2019. Se trata de un conjunto de normas que ponen un tope a las rentas y que exigen que exista una causa justa para desalojar a los inquilinos.

Un representante de Cal Property Management dijo a The Californian que los desalojos, que afectaron a seis de sus 12 inquilinos, “no fueron una respuesta a (la nueva ley), sino una clara necesidad del edificio”. 

El 1 de enero llegó y se fue, y Jenni se aferra de un hilo a su departamento, permaneciendo ahí unas cuantas semanas más mientras sigue buscando un nuevo lugar. Está nerviosa y dice que dejará muebles o artículos personales, si tiene que hacerlo. 

Al igual que Resi y su familia, Jenni se adaptó a la vida en Salinas, haciendo que lo que ella y Kender tienen se sienta como un hogar.

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Kender Ricardez Tobón, de 5 años, pega en la pared de su hogar un dibujo que hizo en la escuela. vive en un complejo de pequeños departamentos en el lado este de Salinas con su abuela Eufemia "Jenni" Aguilar. (Foto: PROPORCIONADA por Sebastián Hidalgo para The Salinas Californian and CatchLight io)

Kender Ricardez Tobón, de 5 años, pega en la pared de su hogar un dibujo que hizo en la escuela. vive en un complejo de pequeños departamentos en el lado este de Salinas con su abuela Eufemia "Jenni" Aguilar. (Foto: PROPORCIONADA por Sebastián Hidalgo para The Salinas Californian and CatchLight io)

Aunque la sala de Jenni funciona también como dormitorio, quienes visitan su hogar nunca lo hubieran notado. Ella mantiene el sillón sin sábanas ni almohadas, e Inés empaca todo lo que tiene en una maleta que mete en un espacio entre el sofá y el centro de entretenimiento que cubre la pared de la sala de Jenni.

“Yo voy muy feliz a mi trabajo, con una sonrisa y todo”, dijo la Sra. Aguilar. “Regreso de mi trabajo, yo vengo feliz de mi trabajo, igual también. Voy a ver a mi niño”.

Cuando Kender llega a casa, Jenni lo recibe con un abrazo, le pela una naranja o le corta una manzana verde en rebanadas. Solo le gustan las manzanas verdes. Nunca las rojas. 

Jenni trata de proyectar confianza frente a Kender. Nunca dice groserías frente a él ni alza la voz cuando habla con él.

“Veo todo de color de rosa”, comentó. Eso hace que sea más fácil crear un hogar para Kender, quien nació con drogas en su sistema porque su madre adolescente las consumía. 

Aunque muchas ciudades y condados, Salinas y el Condado de Monterey entre ellos, aprobaron ordenanzas de emergencia en 2019 que evitaron que muchos desalojos pudieran realizarse, algunas de esas personas todavía pueden quedarse sin hogar. En el último año, la población de personas sin hogar de California aumentó en más de 16 %.

Más de la mitad de aquellos encuestados en el estudio bienal de 2019 del Departamento de Vivienda y Desarrollo Urbano informaron que esta era la primera vez que habían experimentado la falta de vivienda. Más del 75 % dijo que la razón por la que no podían conseguir una vivienda era porque “no podían pagar la renta”.

Jenni no espera quedarse sin hogar, incluso si pierde su departamento. Habiendo rentado su habitación desocupada y su sillón todo este tiempo, pudo mantener su renta manejable y guardar algo de dinero para el futuro. Espera encontrar una vivienda cerca que le permita mantener a Kender en la misma escuela, pero si tiene que mudarse más lejos, lo hará. 

Tiene en su mente a Acosta Plaza, está solo a unas cuantas cuadras de donde vive, y es uno de los lugares más económicos del área. 

Aun así, dijo, es peligroso.

“El ciclo que quiero romper”

En el autobús, Resi se acomoda en un asiento del centro para el viaje de 40 minutos entre la Universidad Estatal de California en la Bahía de Monterey (CSUMB) y el hogar de sus padres en Salinas. Por lo general, ella trata de elegir un lugar cerca de otras mujeres mixtecas, siempre sabe quién es mixteco por su ropa, dijo. 

“Cuentan los mejores chismes”, dijo Resi.

Ella viaja de regreso para traducirle a su padre las juntas de padres y maestros al español y al mixteco para su madrastra, para visitar el banco de alimentos para su familia, para comprar comestibles y para ver a sus hermanos menores.

“No consideramos que seamos pobres”, dijo Resi. “Tenemos mucho, suficiente para decir que tenemos un techo sobre nuestras cabezas. La pobreza, en el sentido de lo que la gente piensa de mí y espera de mí (por ser una mujer indígena), ese es el ciclo que quiero romper”.

Su padre le dijo que no fuera a la universidad comunitaria cuando se graduó de preparatoria.  Si solo iba a ir durante dos años, por qué ir, le preguntó. En su lugar, quería que ella recolectara fresas, agregando un segundo ingreso que necesitaban con urgencia.

Resi no se opone a recolectar fresas para vivir. Trabajó como desyerbadora en la preparatoria durante el verano y no le importó mucho, aunque fue duro para su espalda. Sin embargo, dijo, quería ir a la escuela.

Resi decidió asistir a una universidad de cuatro años, pagándola con becas que ganó gracias a la Liga de Ciudadanos Latinoamericanos Unidos (League of United Latin American Citizens) y a la oficina de la senadora Anna Caballero. Ella considera que la educación es su pase de salida, la forma de mejorar la vida de su familia.

Su nombre verdadero es Resignación, pero ella considera que ese nombre no le queda.

“Pasé por muchas cosas... no me rendí”, expresó. “No he terminado dos metros bajo tierra”.

Sentado en su cocina, Melitón señaló con orgullo que su hija está pagando su escuela por su cuenta. Y comenta que su hijo de 6 años puede leer y escribir mejor que él mismo. Admite que un segundo ingreso ayudaría, pero está emocionado por los logros de sus hijos, incluso mientras sufre por el hecho de que no puede hacer más por ellos.

Su sueño, dijo Melitón, es un día ser propietario de una vivienda donde sus hijos puedan correr afuera, donde el patio no sea un estacionamiento pavimentado. Donde haya más de un baño y los niños no tengan que hacer sus necesidades afuera mientras esperan que el que tienen se desocupe. Quiere una casa donde haya suficientes dormitorios para todos y sus hijos puedan jugar al aire libre. 

Cuando el padre de Resi llegó a los Estados Unidos para trabajar como recolector a los 13 años de edad, solo hablaba mixteco. Quería estudiar tecnología, pero en lugar de eso, descubrió que no podía siquiera entender las instrucciones de su jefe en español. Sus compañeros de trabajo mexicanos lo menospreciaban por ser indígena.

“La gente lo llamaba salvaje”, dijo Resi. Lo humillaban”.

Así fue como decidió que a sus hijos siempre les iría mejor que a él. Exhortó a Resi a que “fuera civilizada”, en otras palabras, a que fuera más occidental, para que pudiera tener éxito donde él no pudo.

Pero en muchos aspectos, Melitón crio a Resi como una mujer mixteca, y ella sufrió parte del mismo acoso que él.

Aparte de su madre y padre, Resi es la única persona de su hogar que habla mixteco. Aun así, no lo habla bien. En México, su familia mixteca la llama “pocha”.

“Estamos dejando atrás nuestra identidad”, dijo Resi. “Lo veo con mis hermanos; mis padres nos han lavado el cerebro. Mis dos hermanos menores no hablan mixteco. Me parece que estamos perdiendo una identidad que era ya de por sí difícil de manejar para nosotros”.

Sentada a la mesa frente a su padre, Resi también comparte su sueño. Después de graduarse, quiere conseguir un trabajo que le permita comprar una casa para sus padres y hermanos, y tal vez un hogar para ella y un esposo.

Para ellos, ella quiere espacio, un patio, y muchos dormitorios. Quiere que sus hermanos crezcan en un ambiente saludable. Para ella, sueña con poder moverse. Una pequeña casa rodante que pueda remolcar con un vehículo y conducir por todo el país.

Sin embargo, lo dice en inglés, de modo que su padre no pueda entenderle. No quiere compartir con él que siguen siendo muy similares, que quieren la misma cosa. 

“Todavía no es el momento”, dijo. 

Este trabajo se realizó como parte de la colaboración con CatchLight, organización de narrativa visual sin fines de lucro del Área de la Bahía, presentando el trabajo de Sebastián Hidalgo, becario de fotografía de CatchLight. Kate Cimini reportó esta historia con el apoyo del Fondo de Impacto 2019, un programa del Centro de Periodismo en Salud Annenberg de USC. La próxima, exploraremos cómo la sobrepoblación afecta la salud de los residentes, y las enfermedades que proliferan en los espacios confinados. The Salinas Californian y CatchLight serán anfitriones de una sala de redacción pública para hablar sobre el proyecto a las 6 p. m. del día 22 de enero en Alisal Family Resource Center, 1441 Del Monte Avenue, en Salinas. El evento está abierto para el público y se brindará servicio de guardería. 

[This article was originally published by El Sol.]